La espuma como materia escultórica.






En 24 esculturas por segundo no hay guion ni escena. Solo una búsqueda obsesiva de belleza en el movimiento hipnótico del mar al romper contra las rocas. Una danza efímera cuya coreografía no dirige el fotógrafo: simplemente la sigue, guiado por la intuición, el azar y el error.
En el instante exacto en que la espuma golpea la roca, surge una forma que se transforma de inmediato en otra. La cámara, con precisión casi quirúrgica, detiene ese momento y lo convierte en presencia: en volumen, en gesto, en pliegue. Una escultura de agua, aire y sal, fugaz, irrepetible.
No se trata de un símbolo ni de un signo, sino de una imagen viva que se transforma y nos interpela —como diría Georges Didi-Huberman—, una forma que se activa bajo el poder de una mirada atenta y contemplativa.
24 esculturas por segundo es un archivo de instantes líquidos que revela la capacidad del agua para esculpir el tiempo