La lentitud de la cámara da vida a las pequeñas corrientes marinas,
transformándolas en abstracciones que conforman un mapa emocional único.
Un viaje al inconsciente a través del fenómeno de la pareidolia, que invita al espectador a forjar una conexión profunda entre el caos natural y la intimidad personal.







¿Qué sucede cuando dejamos que la espuma, como si se tratara de una escritura automática surrealista, inscriba formas aleatorias sobre la superficie del papel fotográfico?
El ojo humano, guiado por un mecanismo cognitivo ancestral, la pareidolia, busca en encontrar sentido y patrones en el caos. Ahí, en ese caos aparente, el espectador se enfrenta al desafío de permitir que su subconsciente fluya, completando y reinterpretando imágenes sin una estructura lógica predefinida.
Los hallazgos de Carl Gustav Jung —celebrados por André Breton y los surrealistas— abren un diálogo con los símbolos que habitan más allá de la conciencia. “La imagen es el lenguaje primitivo de la psique”, afirmaba el filósofo. Estas fotografías, entonces, no son simples registros visuales: son umbrales hacia ese lenguaje arcaico, ese idioma anterior a las palabras.
La espuma revela más de lo que muestra. No responde tanto a un deseo como a una necesidad profunda de otorgar sentido a lo que emerge espontáneamente ante nuestros ojos.
Mapas inconscientes, construye así un archivo líquido de imágenes en transformación, donde cada espectador traza un mapa inconsciente a partir de su propia sensibilidad. No son imágenes que expliquen, sino que despiertan. Activan la mirada y convocan una narrativa íntima, tejida por el subconsciente de quien observa.