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Venus

Una forma nace del eterno femenino: el mar, como Venus, se revela origen primigenio de la vida.

A veces, la realidad se convierte en símbolo sin proponérselo. La cámara capta una forma surgida del azar: espuma que, al deshacerse, deja entrever una silueta femenina. Ya no es solo materia efímera: se pliega, se abre, revela un espacio íntimo. No un contorno, sino un umbral.

Ese gesto resuena con la idea de Gilles Deleuze en El pliegue: lo femenino entendido no como límite, sino como profundidad infinita. El sexo, no como exterioridad visible, sino como interioridad que se manifiesta en los repliegues del mundo.

Aquí, la evocación no es representación deliberada, sino aparición. El azar parece conspirar con lo mítico, como si Venus —la diosa nacida de la espuma— siguiera dejando huellas en la superficie del mar.

Anne Carson dice que lo erótico habita en la distancia, en lo insinuado. Esta imagen encarna precisamente ese espacio ambiguo en el que la forma aparece y se desvanece.

El disparo de la cámara la detiene por un instante, pero la fotografía no explica: apenas insinúa, y en ese instante convoca una mirada dispuesta a habitar el misterio.


Under

Lo que el agua ve.

A solo 4 cm bajo el nivel del mar, el mundo entero se invierte.

La superficie actúa como una piel líquida que conecta realidades: la del mundo visible y su reflejo distorsionado. Allí, en esa frontera vibrante, la imagen se desdobla: a veces abstracta, otras reconocible, siempre en continua transformación.

En la serie Lo que el agua ve, la cámara se sitúa apenas cuatro centímetros bajo la superficie del mar y nos ofrece una visión transfigurada del mundo.

La isla, vista desde bajo el agua, ya no es la misma. Suspendida en su propio reflejo, aparece transformada por la lente del mar y la cadencia del tiempo. Lo que era firme se vuelve fluido; lo que parecía conocido, enigmático.

Lo que el agua ve nos propone mirar desde otro lugar, donde la percepción se vuelve líquida y la realidad emerge como una construcción hecha de luz, agua y contemplación.


El abismo en suspensión

El abismo en suspensión.

Treinta y seis vistas de la gran ola.

Una ola como fuerza elemental encarna lo sublime: algo bello y aterrador a la vez, una presencia que escapa a todo control. La fotografía transforma lo fluido y lo inabarcable en una arquitectura efímera, suspendida por un instante.

Aquí, la ola no es paisaje ni relato. Es cuerpo en estado puro: sin horizonte, sin escala. Espuma desbordante, forma que se pliega sobre sí misma justo antes del colapso. Una geometría de agua única e irrepetible.

La imagen no busca la calma, sino el asombro. No la belleza serena, sino la energía en tránsito, esa vibración que desborda lo racional. Y sin embargo, junto a esa potencia, aparece la posibilidad de otra lectura: la contemplación. Desde una sensibilidad zen y wabi-sabi, la ola se muestra imperfecta, fugaz, y en ello profundamente reveladora.

Esta ola suspendida dialoga con la idea de que todo fluye. Y, sin embargo, por un momento, el mar parece esculpir una forma que resiste al olvido. La fotografía no explica ni decora: habita el instante. Es una presencia radical frente al movimiento que nos sobrepasa.

Esta serie se inscribe en la tradición de La gran ola de Kanagawa de Hokusai, no como cita literal, sino como resonancia conceptual… son treinta y seis formas de mirar el abismo justo antes de que rompa.