Donde la luz se detiene: en un instante, el mar.
Color líquido, habita la frontera entre el día y la noche, donde el color se disuelve en un ritual constante de brumas, visiones y degradados que la cámara nos devuelve en una imagen.








Este proyecto nace de la fascinación por esos breves segundos —a veces no más de cinco o siete— en los que la luz parece alinearse por completo y el paisaje se revela con una claridad emocional única.
En ese umbral de belleza efímera, la cámara captura una imagen que no ha existido antes ni volverá a existir después.
Hay en estas imágenes una voluntad de espera, una forma de contemplación activa. Cada toma surge de una observación prolongada, casi meditativa, donde la intuición guía el gesto técnico y convierte el acto de fotografiar en una forma de performance.
La superficie del agua contiene todo lo que ocurre en el cielo, pero también revela algo más profundo: una atmósfera emocional, un ritmo interno que conecta al espectador con el instante capturado. Inspirado en la noción de intimidad material de Gaston Bachelard, el fotógrafo concibe el agua no solo como un elemento visual, sino como un vehículo poético: una invitación al ensueño, a lo onírico.
La superficie de mar, la fina piel donde el mundo exterior y el interior se confunden.